jueves, 12 de noviembre de 2015

Gravedad, Javier Roldán

Gravedad
[Por Javier Roldán, del libro La extraña dama, Alto pogo 2015]
a Sandra
Te llamo por teléfono
te pregunto cómo te fue en las vacaciones.
Te llamo para decirte:
“Houston, me copia?”
Me contás
que corriste por la costanera
mirando de a ratos el mar
que fuiste a dos fiestas aburridas
que viste una película en el cine del shopping.
Te pregunto:
“¿Houston, me copia?”
Me hablás
de la falta de oxígeno
del cordón de asteroides de chatarra
sofisticada y tecnológica
que rodea a nuestro planeta
Y mientras te escucho
puedo vernos
suspendidos en el infinito
en nuestros blancos trajes espaciales.
Nos veo a ambos
con un fondo de millones de estrellas
intentando reparar
la nave espacial que nos llevó hasta allí
hasta el punto exacto en el que orbitamos.
Si bien es doloroso saber imposible
el retorno de ambos a la tierra
podemos detenernos y mirar
desde afuera
desde lejos
esa esfera que fue nuestro hogar
durante todos estos años.
“¿Qué es lo que más te gustó de estar acá conmigo?” te pregunto.
“El silencio” decís “vos me enseñaste a disfrutar del silencio”
Y cuando estoy por responderte
que tus ojos son la superficie
en la que he visto más galaxias reflejarse
la voz metálica de Houston resuena en mi escafandra:
“Recuerden que tienen un problema”
Entonces bajo la vista
y veo que el problema es esta cuerda
que aún nos mantiene unidos
de traje espacial a traje espacial
y que se resiste a ser cortada
más allá de cometas
más allá del agua congelada en los polos de la luna.
Te digo:
“¿Houston, me copia?”
Y mirando a miles de kilómetros de distancia
el Ganges
la Muralla China
el Río de la Plata
me decido y llevo mi mano al gancho
que une la cuerda a mi cuerpo
y lo abro
… tus pupilas se dilatan …
Porque ¿quién quiere ser el primer astronauta
en perderse para siempre
solo
en el infinito del cosmos?
¿quién quiere quedarse
aunque sea
por unos minutos de años luz
sin interlocutor estelar?
Intento calmarte y explicarte el plan
que nos permitirá
un aterrizaje feliz y definitivo.
Pero se produce un silencio de radio
y pasados unos segundos
escucho tu voz en el teléfono
diciéndome
que estás resolviendo un problema laboral
que no podés seguir hablando
que más tarde me llamás
más a la noche
y cortás.
Me decís:
“Houston, cambio y fuera”
Y así quedo
de este lado de la línea telefónica
todavía enganchado
por esta cuerda plateada y resistente
a la que el reflejo de la aurora boreal
vuelve engañosamente tornasolada

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