sábado, 4 de abril de 2009

Un "humilde periodista" portugués y la autocrítica del periodismo europeo (no tiene desperdicio)

Ante un auditorio integrado por importantes figuras del ámbito de la comunicación iberoamericana, el periodista portugués Miguel Carvalho, de la revista Visão, dejó de lado las convenciones que rigen esos encuentros para realizar una profunda autocrítica del periodismo del “viejo continente”. Su ponencia no tuvo la repercusión mediática que tuvieron otros discursos pronunciados el IV Congreso de Nuevo Periodismo. DsD lo presenta aquí completo. Un texto para leer, reflexionar y debatir.

El discurso

A continuación, difundimos las partes más salientes del discurso que Miguel Carvalho pronunció el 28 de enero en el Congreso sobre Análisis Latinoamericano frente a pesos pesados de la comunicación.

Queridos amigos:

Les pido anticipadamente perdón porque lo que les voy a decir es apenas la visión, el análisis humilde y sencillo de un reportero de 38 años – más de la mitad dedicados al periodismo - que no tiene coche ni licencia de conducir y que, a diario, tiene que caminar un buen par de kilómetros, utilizar el bus y el taxi.

De esa manera y sin más pretensiones, intenta pasar una buena parte de su tiempo buscando las palabras de la gente de la calle, comprender sus sueños y frustraciones, o intentando escuchar lo que sienten y dicen las voces silenciosas -o silenciadas- de nuestras sociedades.

Gente para quien la libertad de expresión tiene, a veces, un único significado: pueden expresarse y contar sus historias libremente. Pero esas historias tienen, muchas veces, poca o ninguna expresión en los medios, abarrotados del consumismo y la farándula de nuestras sociedades.

Por otra cosa, pido anticipadamente perdón: lo que voy a decir es, sobretodo, la visión condicionada y limitada de un europeo.

De un europeo y portugués que no tiene la arrogancia ni la pretensión de dar clases de democracia, libertad, participación cívica y convivencia a los países de Latinoamérica que, con sus logros y fracasos, tienen muchas más cosas que enseñarnos que nosotros a ellos.

Muchas veces los miramos solo para caricaturizarlos, ridiculizarlos, hablar de sus golpes de estado, tragedias humanitarias y debilidad de sus instituciones, cuando a lo mejor deberíamos mirarnos al espejo.

Entre Julio y Agosto de 1936, el periodista estadounidense James Agee y el fotógrafo Walker Evans han convivido con tres familias de trabajadores rurales de los campos de algodón del sur de los Estados Unidos.

El objetivo era relatar las condiciones de vida – absolutamente miserables – de los trabajadores del campo en la época de la Gran Depresión. El texto y las fotos que produjeron fueron rechazados por la revista que, un tiempo antes, había comprado el artículo. El artículo no fue publicado.

Pero, de todo el trabajo de los reporteros nació un libro llamado “Elogiemos ahora a hombres famosos”. Un titulo cargado de simbolismo que destacaba la importancia de los que, en esa época, intentaban sobrevivir con honor y dignidad, al mismo tiempo que se convertían en testimonio vivo de un periodo de desesperanza.

En un momento en que esa misma crisis no tiene una fecha de finalización, es nuestra obligación cuestionarnos cuantos de esos hombres famosos han merecido, de nuestra parte, la atención debida.

En un momento en que esa misma crisis tiene graves consecuencias para el futuro de los medios de comunicación y su independencia, es necesario reflexionar si estamos haciendo todo lo que deberíamos por un periodismo con responsabilidad social capaz de entender, incluso de anticipar y prevenir los cambios sociales, políticos y económicos.

En un momento en que los medios pueden, en el intento de sobrevivir, tornarse más dóciles con el poder político y económico y ser complacientes con los poderes que intentan limitar la libertad de expresión, creo que algunos directivos y administradores de la prensa – e incluso algunos periodistas - tienen que cuestionarse si no estuvieron demasiado cerca de algunos poderes.

Demasiado tiempo bailando y coqueteando con algunos de esos importantes personajes que nos han llevado a todos al abismo.

Creo que ha llegado el tiempo de hacer alguna autocrítica.

La culpa del grave momento que estamos viviendo no es solo culpa de los poderes en relación a los cuales no ha existido la transparencia y la regulación que debería.

Nosotros, desde la prensa, fuimos cómplices del sistema.

Se han dado demasiados titulares, portadas, autoridad y protagonismo a algunas figuras que sólo estaban intentando disfrutar y emborracharse en la hoguera de las vanidades.

¿Quién promovió tantas y tantas veces los mitos empresariales y políticos, la incompetencia e irresponsabilidad doctorada?

¿Quién lanzó muchas veces a nuestros ciudadanos en los brazos perversos de la moda, de la pose, de la superficialidad y de la alienación?

¿Quién fue tantas veces cómplice del insulto y diabolización del papel del Estado y de los poderes públicos?

¿Quién trató a los mercados financieros y a la iniciativa privada como el paraíso en la tierra?

¿Quién promovió personajes que no tenían ni una sola idea de responsabilidad colectiva?

¿Quién no fue tan vigilante como debería en relación a los desbandes de los poderes y la manipulación de sus asesores y voceros?

¿Estamos reportando las indignidades que el sistema reproduce en el mundo, en nuestra ciudad, en nuestras calles? o, por el contrario, ¿estaremos apenas cumpliendo la función de difusores pasivos de intereses políticos y económicos a escala global?

De diversas formas, la prensa fue el reflejo de sus sociedades (y hablo, en este caso, de la prensa europea, portuguesa incluso). Sociedades anestesiadas, pasivas, poco participativas, y más interesadas en un bienestar aparente y una prensa sin visión de futuro, sin preocupaciones con lo colectivo y sin preocupaciones con una mayoría silenciosa que, en nuestros países, siente en este momento que le hace falta algo relacionado con los valores comunes a una sociedad, a la ética y a una cierta moral en el ejercicio del poder.

Al mismo tiempo, y después de un periodo en que fuimos igualmente cómplices de una especie de intoxicación lingüística, creo que por lo menos se ha abierto una puerta para que se desarrolle una nueva gramática de la decencia, de la ética, del papel del Estado, de la prensa, de la ciudadanía, de los valores colectivos en una sociedad. Y en eso todos estamos implicados.

Edward Murrow, el histórico periodista de CBS que enfrentó el McCarthismo y fue retratado en la película de George Clooney, “Good Night and Good Luck”, decía que “para progresar, es necesario mirar atrás”.

Y eso implica intentar un regreso a la pureza de las palabras, desnudándolas de uniformes y retóricas. Precisamos devolver a las palabras su valor real. Luchar para que ellas traduzcan lo que efectivamente quieren decir.

Tenemos que cuidar la integridad de las palabras y de su traducción en la práctica como último reducto de un pensamiento crítico, independiente y libre.

De la recuperación de esos valores depende no sólo el futuro del periodismo, sino también la integridad de los valores, de los seres humanos, de nuestras sociedades y de nuestros gobernantes. “Este oficio no es para cínicos”, decía Kapuscinski, ese gran periodista polaco.

Con notables excepciones, hubo por demasiado tiempo McPeriodismo, periodismo low-cost, barato, despreocupado de su papel social, despreocupado de sobresaltos cívicos. “Las noticias no son bienes de consumo”, decía hace mas de 50 años, Edward Murrow, anticipando las consecuencias de la mercantilización del periodismo para nuestras sociedades.

Un periodismo de vista corta, leve, superficial es peligroso para la construcción de una sociedad que se desea libre, responsable, exigente, contrastante y madura.

Hacer periodismo no puede ser la forma mas rápida de ser famoso, de tener coche, tarjeta de crédito y pagar la casa. Tiene que ser un ejercicio constante de memoria vivida y adquirida, de responsabilidad, de credibilidad.

El periodista no puede cambiar el mundo, lo sé. Pero sigo pensando que es nuestro deber intentar escribir como si eso fuera posible. Y para eso, no basta ser libre. Es necesario tener coraje.

Si no nos cuidamos de lo que leemos, escribimos y transmitimos estaremos contribuyendo para que se cumpla, sin vuelta atrás, una vieja sentencia de un escritor portugués llamado Mário de Carvalho: “Un periodismo perro va a merecer un mundo perro”.


¿Quién es Miguel Carvalho?

El portugués tiene 38 años y hace 19 que es periodista. Trabajó en “Diario de Noticias” y luego en el semanario “El independiente”. Desde diciembre del 2000 forma parte de la redacción de la revista “Visão”, un semanario de información general que se especializa en política, economía y cultura y es la publicación de ese tipo que más ejemplares vende en Portugal.

Gracias al artículo “Generación Sextasy” que publicó el 20 de marzo de 2007, Carvalho recibió el Premio Literario Orlando Goncalves en la modalidad de Periodismo de la Cámara Municipal de Amadora.

También es el autor de dos libros: “Mordida en la oreja del perro – Historias del Mundo con gente dentro” (Campo das Letras, 2004), una recopilación de sus crónicas y reportajes en Visao, y “Álvaro Cunhal – Íntimo y Personal” (Campo das Letras, 2006), una biografía del histórico líder del Partido Comunista de Portugal.


Tomado de:
Contraeditorial, febrero 2009
http://www.diariosobrediarios.com.ar/eldsd/zonadura/2009/enero/zd-19-febrero-2009.htm

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